Cristian Tiburcio usó un retrete para crear la escultura de un trono de vivos colores.
Hay en Bonao una casa-museo de arte cuya espectacularidad, por sus motivos, materiales y colores, despierta la atención de nativos y extranjeros. Su propietario es Cristian Tiburcio, escultor, pintor y ceramista nacido en Bonao. Ni mi hijo Alexis ni yo tenemos idea si hay o no que hacer reservación para visitarla. Ni tampoco cuál pueda ser su horario.
Con el GPS llegamos al final de la calle Los Pinos en cuya curva, en la casa número 15, se levanta tras un muro la construcción.
La puerta hacia la acera está cerrada, pero hay un timbre. Alexis lo pulsa una y otra vez. Nadie acude. Busca en la web, en su celular, el número telefónico. Al fin alguien contesta. “¿Ustedes son los que tienen una cita para las 2:00 de la tarde?” “No, no somos”. Aun así, pide esperar.
Minutos después el propio artista abre y da paso hacia el patio delantero, donde esculturas en metal y otros materiales salpican el espacio.
Tan pronto echo de cerca un vistazo a la fachada me quedo asombrada. Está adornada con figuras geométricas, siluetas diversas, contrastes de incrustaciones y dibujos en disímiles colores y materiales (cerámica, metal, vidrio…) sobre un fondo neutral de piedra. En un muro lateral una brújula, ¿o será un sol?, remata una especie de botella, mientras en la parte inferior tengo la sensación de ver cómo caminan unas grotescas figuras humanas. Es que el artista lleva al espectador a dejar volar su imaginación.
Tiburcio llama nuestra atención hacia la puerta exterior. “Es un mosaico de obras inconclusas”, dice, “hecha con trozos de metal en relieve, cada uno de forma diferente”. Son esculturas sin terminar que reunió para lograr un exclusivo decorado. Incluye una mano blanca con un motivo en la palma. ¿Será una adaptación de la “mano de Fátima”? En cuanto al ojo aparece reiterado en diversos puntos. ¿Quizás el ojo de Horus?
Entramos al primer piso. Es un salón de exposición de obras de arte. Entre éstas, de Bidó, quien fue un apoyo para Tiburcio. Desde el hueco de la escalera miro hacia el techo de la segunda planta.
“No hay un solo espacio sin trabajar”, dice al señalar techo y paredes. Alexis sube por la escalera. Yo no, pues carece de barandilla. Bien dijo el artista: “la casa está sin terminar”.
El trono
Con un retrete y un montaje de llamativos colores Tiburcio ha creado su más espectacular escultura: un trono fantasioso, con brazos y un espaldar del cual salen “rayos”. Esta es la pieza “estelar” de una casa de “loquera”, como la define su propio dueño: el galardonado artista Cristian Tiburcio.
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