sábado 23 de noviembre de 2024 11:58 am
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Dos meses de ayuno pueden ser suficientes para que aparezcan cambios en nuestro cerebro y nuestra microbiota.

El ayuno intermitente ha ido asentándose entre quienes quieren bajar de peso o mantener controlada su ingesta calórica. No exento de riesgos y polémicas, esta práctica ha crecido en popularidad espoleada por los resultados positivos con los que se la ha asociado. Para bien o para mal, seguimos estudiando cuáles son sus impactos en nuestro cuerpo.

Ayuno y cerebro. Y uno de los últimos estudios en este campo ha hallado una relación entre el ayuno intermitente (o restricción calórica intermitente) y cambios en nuestro cerebro y sistema gastrointestinal. Una de las claves de estos cambios estaría en el microbioma intestinal, si bien las relaciones de causa-efecto aún no están claras.

El ayuno intermitente. El ser humano ha practicado el ayuno en diversas formas durante siglos. Sin embargo el ayuno como forma de perder peso se ha convertido a día de hoy en uno de los más practicados.

Existen diversas formas de ayuno intermitente. Algunas de estas formas consisten en pasar un número determinado de horas al día (pueden ser 12 o 16) sin consumir más que agua. Otras versiones implican pasar días sin consumir alimentos, ya sea un número de días a la semana, ya sea en días alternos, u otras modalidades.

25 participantes. El estudio se realizó con 25 participantes, mujeres a las que se había diagnosticado obesidad. El experimento se prolongó durante dos meses, en los que el grupo siguió un programa de ayuno intermitente. El programa incluía la alternancia entre jornadas de dieta “normal” con jornadas en las que la ingesta calórica se limitaba en mayor o menor medida a través del ayuno.

El equipo responsable del estudio analizó los cambios en el cerebro de las participantes a través de escaneados por resonancia magnética (fMRI); mientras que los cambios en el microbioma gastrointestinal fueron estudiados a través de muestras de sangre y heces.

Más que perder peso. El ayuno intermitente suele mostrar resultados en lo que a la pérdida de peso se refiere y este último estudio no es una excepción: en promedio las participantes perdieron 7,6 kg de peso durante la intervención; y el 7,8% de su masa corporal, también en promedio.

Sin embargo la clave del estudio no está en la pérdida de peso sino en cambios observados en cerebro y sistema gastrointestinal. En el cerebro, el equipo observó cambios en regiones cerebrales convencionalmente vinculadas al apetito y a las adicciones.

Cambios en la microbiota. En el caso del sistema gastrointestinal, el equipo observó un cambio en la composición de su microbiota. Observaron por ejemplo incrementos en la presencia relativa de las bacterias Faecalibacterium prausnitzii, Parabacteroides distasonis, y Bacterokles uniformis; a la par que una reducción en la presencia de Escherichia coli.

El equipo vinculó también estos cambios bacterianos con determinadas áreas cerebrales. Por ejemplo, la abundancia de bacterias E. coli, Coprococcus comes y Eubacterium hallii fue asociada a la actividad del giro orbital frontal inferior izquierdo, mientras que bacterias como P. distasonis y Flavonifractor plautii fueron asociadas a la actividad en regiones del cerebro que vinculamos con funciones motoras, emociones y aprendizaje.

Los detalles del estudio fueron publicados en un artículo en la revista Frontiers in Cellular and Infection Microbiology.

Causa y efecto. La correlación entre estos cambios parece clara pero no la relación de causa y efecto. Es decir, si son los cambios en el cerebro los que generan cambios en la microbiota o si son los cambios en el sistema gastrointestinal los que de alguna forma generan alteraciones en el cerebro de las participantes.

“Un bicrobioma intestinal sano y equilibrado es crítico para la homeostasis y mantener un peso normal. En contraste, un microbioma anormal puede cambiar nuestra conducta alimenticia afectando al área del cerebro involucrada en la adicción,” explicaba en una nota de prensa Yongli Li, coautora del estudio.

Dilucidar la cuestión de las relaciones causales puede ser el próximo paso en la investigación. Para ello resultará conveniente comprender mejor los mecanismos que comunican cerebro y sistema gástrico.

Pablo Martínez-Juarez

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