sábado 23 de noviembre de 2024 16:41 pm
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Se empezarán a distribuir folletos en 10 idiomas, incluyendo lenguas indígenas, para disuadir a los padres a que sus hijos vendan productos en áreas públicas. Principalmente se subrayará que es obligatorio que los niños menores de 16 años vayan a la escuela.

¿Por qué no estás en la escuela a esta hora? Pregunta un pasajero a un pequeño hispano, con quizás 10 años de edad, en el interior del tren 1, entre Times Square y Penn Station del Subway de la ciudad de Nueva York. Era un día de la semana. En pleno horario de clases. En vez de ocupar un pupitre, el niño ofrecía chocolates y otras golosinas a la venta, caminando de vagón en vagón.

“¡No es su problema!” gritó al pasajero, la madre del niño que se encontraba en el mismo vagón, cargando otra caja de caramelos. También a un bebé a sus espaldas.

Esta escena de niños que comercian productos en el subterráneo, durante el horario escolar, se ha multiplicado en la Gran Manzana, específicamente desde que detonó la crisis migratoria en la primavera de 2022.

Solo que ahora, dos años después que aparecen de forma ascendente, los rostros de menores de edad, vendiendo productos a los pasajeros, la Ciudad de Nueva York se ha propuesto abordar este problema. Desde esta semana se expandirá por varios medios una campaña informativa.

Como confirman varias fuentes municipales, se comenzarán a distribuir folletos para disuadir a las familias inmigrantes, a que sus hijos vendan mercancía en las calles y en el sistema de transporte.

El Departamento de Servicios para Personas sin Hogar (DHS), el Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York (NYPD) y la Autoridad Metropolitana de Transporte (MTA) compartirán información en donde se precise que la venta en espacios públicos, sin licencia, es ilegal. Y puede resultar en multas. Además, publicarán afiches dentro de los refugios que albergan a familias inmigrantes.

Esta “cartilla” informativa se distribuirá desde el momento en que los migrantes empiecen a ser procesados en el sistema de albergues municipales.

El recurso informativo en varios idiomas, incluyendo lenguas indígenas sudamericanas, también proporcionará información de contacto sobre el acceso a la escuela, el cuidado infantil y los derechos de los trabajadores e inmigrantes.

“La salud y la seguridad, especialmente la de los niños, son siempre las principales prioridades de nuestra administración, por lo que estamos ampliando el alcance para garantizar que todos los padres inmigrantes conozcan el apoyo disponible para sus hijos“, indicó un portavoz municipal.

En los días venideros se intensificará el trabajo de divulgación, tanto en los refugios para migrantes como en el Subway, para garantizar que los niños estén matriculados en las escuelas y que los padres conozcan los programas de cuidado infantil extracurriculares.

Sin castigo, solo prevención

A principios de este año, la Ciudad de Nueva York estableció un grupo de trabajo para crear las mejores prácticas, que no impliquen castigos, ni sanciones con el grupo de migrantes que han encontrado en las ventas callejeras, acompañados por sus bebés o hijos en edad escolar, un único medio de sobrevivencia.

En este caso, se ha comprobado que ignoran por completo que están infringiendo dos normas: la obligatoriedad de que los niños menores de 16 años estén inscritos y asistiendo a las escuelas. Y que es prohibido, sujeto a multas, vender mercancía en el sistema del Subway.

“Forma parte de uno de los tantos desafíos que con compasión y solidaridad, estamos abordando desde que surgió la crisis migratoria. Hay muchos temas culturales y legales que los recién llegados deben entender. En principio, hemos observado que en los países de origen de estas familias, no es obligatorio que los niños vayan a la escuela. En Nueva York sí”, dijo a El Diario una fuente municipal.

De acuerdo con algunos registros informales, la gran proporción de niños que venden chocolates y gomas de mascar, son hijos de madres solteras de las serranías del Ecuador. En su mayoría originarias de comunidades indígenas.

Por ello, los volantes y tarjetas de mano serán traducidos a 10 idiomas, incluyendo el Quechua, una de las lenguas indígenas más hablada de América del Sur.

Asimismo, Anne Williams-Isom, vicealcaldesa de salud y servicios humanos refirió a medios locales que se trata de una estrategia preventiva, pues la Ciudad no busca multar a los inmigrantes y no se quiere aplicar un enfoque de aplicación de la ley hacia los vendedores menores de edad.

“Es posible, que muchos inmigrantes no se den cuenta de que sus hijos están infringiendo la ley”, acotó.

Ya algunas organizaciones como la Coalición de Inmigrantes de Nueva York (NYCI) han cuestionado que todos los esfuerzos de información, que no terminen en ofrecer más estabilidad y más recursos a estas familias, no pasará de una “buena intención”.

“Están informando y advirtiendo que no lo pueden hacer. Que deben estar en las escuelas. Pero qué otra alternativa de inserción estás ofreciendo”, replicaron activistas.

“Está inscrito, pero no quiso ir”

En algunas intersecciones de Queens también se ha evidenciado la presencia de niños en edad escolar, vendiendo botellas de agua y caramelos en compañía de sus padres, en fracciones del día, que obviamente deberían estar en el aula.

“Lo que pasa es que el papá ha ido a buscar trabajo y no encuentra. Vivimos en un albergue. Tenemos que hacer algo, aunque sea para comprar el desodorante y las cosas de higiene personal. He buscado trabajo en limpieza, aunque sea unas horitas y no consigo. Él está inscrito en la escuela en tercer grado. Pero hoy no quiso ir. Está muy apegado a mí”, comentó una migrante hispana, quien vendía agua embotellada en la entrada de la estación Columbus Circle en Manhattan, con la ayuda de su hijo.

Líderes comunitarios que siguen está “dinámica de sobrevivencia”, en las calles de la Gran Manzana, aseguran que los niños en edad escolar que llegan a los albergues, siguen en ascenso, al igual quienes deben desertar de las aulas.

Y, justamente, esta conclusión se comprueba cuando se precisa oficialmente que el número de estudiantes censados, en el listado de “sin hogar” en las escuelas públicas en la ciudad de Nueva York, alcanzó un máximo histórico de 120,000 el año pasado, mientras que los inmigrantes que cruzaban la frontera con México siguen arribando solicitando alojamiento.

Sólo desde el verano pasado, se han contado más de 30,000 nuevos estudiantes que están en albergues municipales, hoteles, casas de familiares y otros alojamientos transitorios.

Cuando la educación no es prioridad

Estos niños naturalmente tienen cuadros familiares de pobreza atroz y de una alta vulnerabilidad, en donde la educación no es la prioridad, sino la sobrevivencia.

Asi lo demuestra con su anécdota personal la venezolana, Gladys Suárez, de 28 años, quien admite que desde el primer día que arribó a la ciudad, se le garantizó a sus dos hijos de 7 y 10 años, una matrícula escolar, útiles escolares, ropa y alimentos, aunque la fuerza de su realidad la ha obligado, a que un salón de clases no tenga mucho peso en su balanza personal, por lo menos, en este momento.

“Nosotros dejamos nuestro país, justamente porque no había futuro para nuestros hijos. Yo sueño que ellos sigan estudiando y progresen. Que vayan a Harvard. Pero ahora en esta situación, es muy difícil que sean constantes. Yo lo veo como una pausa temporal, mientras me estabilizo. Quizás para el otro año escolar estemos más cómodos”, relata Gladys, quien tuvo que aplicar a otro albergue en El Bronx, cuando se le venció el lapso de permanencia de 60 días.

La mayoría de los niños migrantes hispanos que “navegan” en trenes o en calles de la Gran Manzana acompañando a sus padres, vendiendo algunos productos, provienen de Venezuela y Ecuador, dos países sacudidos por devastadoras crisis políticas, económicas y de violencia.

A esas crisis particulares, también se suma, que son los dos países con las tasas de abandono escolar más altas de Latinoamérica.

“Tienen que asistir a clases”

Como destaca, Hildalyn Colón, portavoz de la organización New Immigrant Community Empowerment (NICE), la presencia notoria de niños en edad escolar involucrados en el comercio informal, se trata apenas de uno de los ángulos del flujo migratorio, que además remarcan las grandes limitaciones que tienen las familias trabajadoras con el cuidado infantil en la Gran Manzana.

“En nuestras jornadas le dejamos muy claro a nuestros socios, que los niños y adolescentes tienen que estar no solo inscritos, sino asistiendo a sus escuelas. Independientemente que la prioridad para muchos grupos familiares recién llegados, sea sobrevivir, producir dinero para seguir el sueño americano. Las leyes son las leyes. Y hay que cumplirlas”, subrayó la activista de esta organización sin fines de lucro, ubicada en Queens, que lucha contra la explotación laboral.

Colón cuenta que en muchos casos, se acercan a NICE adolescentes de 15 y 16 años que llegaron al país con la prioridad de trabajar para ayudar a su familia, pero que deben entender que solo lo pueden hacer con una licencia o permiso especial. Y lo más importante, fuera del horario escolar.

“Hemos atendido a adolescentes que vienen con sus padres a inscribirse en los cursos de la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional (OSHA) y apenas se enteran que pueden entrar a esta industria, solo cuando son mayores de edad”, agregó.

En NY es obligatorio ir a la escuela:

La asistencia de tiempo completo a la escuela es obligatoria para los menores de 16 años de edad.

Los graduados de escuela preparatoria, sin importar su edad, no están obligados a seguir asistiendo a la escuela. Sin embargo, deben entregar al empleador un certificado de empleo de tiempo completo hasta que cumplan los 18 años.

Los menores que no hayan cumplido 14 años nunca pueden ser empleados, ni después de la escuela ni en sus vacaciones.

Los menores de edad que tengan 14 y 15 años pueden trabajar después del horario escolar y durante sus vacaciones, pero no en trabajos de fábrica. Pueden hacer entregas y trabajo de oficina y establecimientos de servicios similares, pero hay muchas excepciones y se requiere un permiso laboral.

Por Fernando Martínez

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