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“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.”

Juan 1:12

Este versículo resalta una de las verdades más profundas y transformadoras del cristianismo: el acceso directo a una relación con Dios a través de la fe en Jesucristo. Aquí, el apóstol Juan presenta dos acciones clave que conducen a este privilegio divino: recibir a Cristo y creer en su nombre.

1. Recibir a Cristo

Recibir a Cristo implica una apertura intencional y personal a Su presencia y señorío en nuestras vidas. No se trata simplemente de un acto religioso o una tradición cultural, sino de una decisión consciente de aceptar Su sacrificio y Su obra redentora. Recibirlo es darle lugar en el corazón, reconociendo Su autoridad y dejando que transforme nuestras prioridades y acciones.

2. Creer en Su nombre

En la Biblia, el “nombre” representa el carácter y la esencia de una persona. Creer en el nombre de Jesús significa confiar plenamente en quién es Él y lo que ha hecho. Reconocerlo como el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, y depender de Su gracia para salvación. Esta fe no es solo intelectual, sino una entrega total que afecta nuestra forma de vivir.

3. La promesa: Ser hechos hijos de Dios

El versículo nos asegura que aquellos que reciben a Cristo y creen en Su nombre reciben el derecho, el privilegio divino, de ser hechos hijos de Dios. Esto no es algo que se gana o se hereda naturalmente; es un acto de adopción espiritual realizado por Dios mismo. Convertirse en hijo de Dios significa tener acceso a Su amor, Su guía y Su herencia eterna.

Reflexión personal

Este pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con Dios. ¿Hemos recibido a Cristo con todo nuestro corazón? ¿Creemos verdaderamente en Su nombre, confiando en Su poder y Su amor? Ser hijos de Dios no es un estado estático; es un llamado a crecer en comunión con Él, permitiendo que Su Espíritu Santo nos guíe y nos transforme día a día.

Al meditar en esta Escritura, recuerda que no importa cuál sea tu pasado o tus circunstancias actuales: el amor de Dios está disponible para todos los que lo buscan sinceramente. Él no solo quiere ser nuestro Creador, sino también nuestro Padre celestial, cercano y amoroso.

Por: Francisco Núñez, franciscoeditordigital@gmail.com

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