jueves 14 de noviembre de 2024 12:45 pm
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Debatir con el expresidente es como hacer malabarismo con disparates, divagaciones y fanfarronerías.

La semana pasada la pasé increíble en los premios Tony cuando presenté una canción de Suffs, el musical de Broadway que coproduje sobre las sufragistas que lograron que las mujeres tuviéramos derecho a votar. Me sentí emocionada cuando nuestra obra ganó los premios a la mejor partitura original y al mejor libreto.

Desde Suffs hasta Hamilton, el teatro político me fascina. Pero no al revés. Con demasiada frecuencia analizamos momentos clave como el debate de esta semana entre el presidente Biden y Donald Trump como si fuéramos críticos de teatro. Pero elegiremos a un presidente; no al mejor actor.

Yo soy la única persona que ha debatido con ambos (con Trump en 2016; con Biden en las primarias presidenciales demócratas de 2008). Conozco la insoportable presión que supone subir a ese escenario, y sé que, con Trump en la ecuación, es casi imposible centrarse en lo importante. En nuestros tres debates de 2016, dio rienda suelta a un torbellino de interrupciones, insultos y mentiras que abrumó a los moderadores y perjudicó a los millones de votantes que querían conocer nuestras visiones para el país (tan solo nuestro primer debate tuvo la cifra récord de 84 millones de espectadores).

Tratar de refutar los argumentos de Trump como si se tratara de un debate normal es una pérdida de tiempo. Incluso descifrar sus argumentos es casi imposible. Comienza por decir disparates; luego divaga. Esto no ha hecho sino empeorar en los años que han pasado desde que debatimos. No me sorprendió enterarme de que, tras una reunión reciente, varios directores ejecutivos comentaran que Trump, en palabras de uno de los periodistas, “no podía seguir el hilo de la conversación” y “hablaba de todo y de nada”. Por otro lado, las expectativas puestas en él son tan bajas que si el jueves por la noche no se prende fuego –literalmente– habrá quienes digan que estuvo muy presidencial.

Puede que Trump despotrique en parte para evitar dar respuestas directas sobre sus posturas impopulares, como las restricciones al aborto, las exenciones fiscales a los multimillonarios y la venta de nuestro planeta a las grandes petroleras a cambio de donaciones de campaña. Interrumpe y acosa (en cierto momento incluso me persiguió por el escenario) porque quiere parecer dominante y desequilibrar a su oponente.

Estas estratagemas fracasarán si Biden es tan directo y contundente como lo fue cuando enfrentó a los republicanos que lo abuchearon durante su discurso sobre el Estado de la Unión en marzo. El presidente, además, tiene los hechos y la verdad de su parte. Él encabezó la recuperación de Estados Unidos tras una crisis sanitaria y económica histórica, con más de 15 millones de empleos creados hasta la fecha, aumentó los ingresos de las familias trabajadoras, frenó la inflación y elevó las inversiones en energías limpias y fabricación avanzada. Si logra transmitir todo eso, él ganará.

En 2016, me preparé a conciencia para los debates porque sabía que tenía que encontrar la manera de estar por encima de las payasadas de Trump y ayudar al pueblo estadounidense a entender lo que realmente estaba en juego. En debates simulados de 90 minutos en un escenario idéntico, practiqué cómo mantener la calma ante preguntas difíciles y mentiras descaradas sobre mi historial y mi carácter. Un asesor de toda la vida interpretó el papel de Trump e hizo todo lo que podía para provocarme, ponerme nerviosa y hacerme enojar. Funcionó.

Por desgracia, Biden parte con desventaja, pues no puede dedicar tanto tiempo a prepararse como yo hace ocho años. Ser presidente no es un trabajo normal; es un trabajo que implica estar en todo y en todas partes al mismo tiempo. Históricamente, esa ha sido la causa de actuaciones más débiles en el primer debate para el presidente en turno.

Como espectadores, deberíamos tratar de ver más allá del teatro. A continuación, presento tres cosas a las que hay que prestar atención.

En primer lugar, hay que observar cómo hablan los candidatos de las personas, no solo de las políticas. En mi tercer debate con Trump, él prometió que nombraría magistrados de la Corte Suprema que anularían Roe contra Wade. Respondí que eso tendría consecuencias reales para las mujeres reales. Trump ya había dicho que las mujeres deberían ser castigadas por abortar. “Deberías reunirte con algunas de las mujeres con las que yo me he reunido”, le dije. “He estado en países donde los gobiernos obligaban a las mujeres a abortar, como solían hacer en China, y donde obligaban a las mujeres a tener hijos, como solían hacer en Rumania. Y puedo decir que el gobierno no tiene por qué intervenir en las decisiones que las mujeres toman con sus familias de acuerdo con su fe y con los consejos médicos”.

El jueves, es muy probable que Trump diga que quiere dejar el aborto en manos de los estados. Él espera que eso suene moderado. Sin embargo, lo que significa en realidad es que apoya las prohibiciones más extremas que ya han impuesto muchos estados, además de todas las restricciones extremas que están por venir. Trump debería responder por la niña de 12 años que fue violada en Misisipi y luego obligada a llevar a término el embarazo producto de esa violación. Ella empezó el séptimo grado con un recién nacido en brazos debido a la draconiana prohibición del aborto en su estado. Es por culpa de Trump que en Luisiana una chica joven que no podía abortar haya ido a dar a luz abrazada a un osito de peluche. Los estudios revelan que las mujeres que viven bajo la prohibición del aborto tienen hasta tres veces más probabilidades de morir durante el embarazo, el parto o poco después de dar a luz. Por culpa de Trump, una de cada tres mujeres en edad reproductiva vive ahora bajo tales restricciones.

Biden es uno de los líderes más empáticos que hemos tenido. Basta escuchar la sinceridad con la que habla de los derechos de las mujeres, las dificultades de las familias trabajadoras, las oportunidades de la gente de color y la valentía de los hombres y las mujeres de Ucrania que arriesgan la vida por la democracia. Trump no puede hacer eso, pues solo le importa su persona.

En segundo lugar, traten de ver más allá de las fanfarronerías y enfoquen su atención en lo fundamental que está en juego. En 2016, Trump se negó a decir si aceptaría los resultados de las elecciones. “Los mantendré en suspenso”, dijo. “Así no funciona nuestra democracia”, respondí. “Seamos claros sobre lo que está diciendo y lo que eso significa”. Se puede trazar una línea recta desde ese diálogo hasta la insurrección mortal del 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Estados Unidos.

Esta vez, esperen que Trump culpe a Biden de la inflación, pero que evite responder preguntas sobre sus propios planes económicos. Tiene que desviar la atención o mentir porque sus propuestas (recortes de impuestos para los más ricos, la eliminación de la Ley de Atención Médica Asequible, la deportación de millones de trabajadores y la imposición de aranceles generalizados a los productos de consumo diario) agravarían la inflación, aumentarían los gastos de los hogares estadounidenses y provocarían una recesión. Esta predicción no es mía, sino de Moody’s Analytics, de Wall Street. Los expertos del Instituto Peterson para la Economía Internacional, un organismo apartidista, calcularon que tan solo los aranceles de Trump representarían, en la práctica, un aumento de 1700 dólares de impuestos al año, o más, para la familia estadounidense promedio.

Por su parte, Biden está muy dispuesto a hablar de sus planes para reducir el costo de vida. Se ha enfrentado a las poderosas empresas farmacéuticas para poner un tope al precio de la insulina, y firmó una ley que permite a Medicare negociar por primera vez los precios de los medicamentos controlados. El jueves, pongan atención a sus planes para hacer frente a los precios abusivos de las empresas y lograr que la gasolina, los alimentos y la vivienda sean más asequibles. El presidente ya ha ayudado a uno de cada diez estadounidenses con préstamos estudiantiles federales a obtener la condonación que tanto necesitaban. Lo más probable es que esté dispuesto a ofrecer más ideas para ayudar a los jóvenes a empezar con el pie derecho y permitirse una vida de clase media.

En tercer lugar, cuando vean a estos dos hombres juntos, piensen en lo que en verdad está en juego en estas elecciones. Un gobierno caótico, o uno competente.

Trump ya fue condenado por 34 delitos graves y declarado responsable de agresión sexual y fraude financiero. Se ha pasado la vida poniéndose por delante de los demás. Si vuelve a la Casa Blanca, tendremos más inflación y menos libertad. No será solo una repetición de su primer mandato. Desde que perdió en 2020, Trump se ha enojado y desquiciado cada vez más. Su ex secretario de Defensa lo llama “una amenaza para la democracia”. Su ex jefe de gabinete dice que “no siente más que desprecio por nuestras instituciones democráticas, nuestra Constitución y el Estado de derecho”. Recuerden eso el jueves, cuando escuchen a Trump recitar sus quejas y prometer represalias.

Por el contrario, Biden es un hombre sabio y decente que lucha por las familias trabajadoras. Sí, tiene 81 años. Son solo tres años más que Trump. Y su vida de servicio y experiencia le ayuda a lograr aquello que hace a nuestro país más fuerte y mejora nuestra vida, desde unir a los demócratas y republicanos para arreglar carreteras y puentes en mal estado hasta hacer frente a los ataques de Rusia.

Esta elección es entre un criminal condenado con sed de venganza y un presidente que cumple sus promesas al pueblo estadounidense. Sin importar lo que ocurra en el debate, la decisión es sencilla.

nytimes.com

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